Nada se opone a la noche
Delphine de Vigan
Traducción Juan Carlos Durán
Anagrama. Barcelona, 2012
369 páginas.
Periódicamente la novela se ve obligada a recuperar el efecto
realidad sin el cual es casi un género muerto. Evocando al primer Vargas
Llosa, se podría pensar que toda novela que no consigue suplantar la
realidad ha perdido su apuesta. Lo que acabamos de decir nada tiene que
ver con el realismo, y solo se refiere a la capacidad de absorción y
posesión de un texto. Puede tratarse de una novela fantástica, no
importa: en el momento en que la estamos leyendo ha de tener el poder de
transportarnos a su universo y de convertirse en una realidad plena y
absorbente.
La historia de la literatura nos advierte de que las formas de narrar
se desgastan a la misma velocidad que la sorpresa del lector, y ahora
nos hallamos en un momento en el que los lectores están más cansados que
nunca de la ficción, en parte por erosión histórica y en parte por
saturación. Vivimos envueltos en toda clase de ficciones: los
videojuegos, las series televisivas, las películas, las miríadas de
fábulas de Internet. Pensar que una novela es otra ficción más puede
echar para atrás, y a muchos lectores de ahora les empieza a pasar.
Dicho de otro modo: todos los medios y géneros que acabo de indicar le
están usurpando a la literatura su tradicional vehículo de la ficción, y
la literatura se ve obligada a intentar la no ficción, o al menos a
aparentarlo.
¡Vaya paradoja tragicómica! Obviamente, la intención de no “ficcionar” no es nueva y en buena
medida es una utopía, pues no parece tan fácil trasladar la realidad al
lenguaje sin caer, por el hecho mismo de hacerlo, en la ficción, en la
abstracción y en la selección de contenidos.
En el siglo pasado Truman
Capote se atribuyó a sí mismo, con la humildad que lo caracterizaba, el
invento de un nuevo género: la novela-realidad, que hallaba su
materialización en
A sangre fría (más tarde lo intentaría de nuevo en
Plegarias atendidas); pero es obvio que la novela-realidad ya existía:
Jornada de Omagua y Dorado, del siglo XVI, ¿no es ya una novela-realidad en toda regla? También lo eran narraciones del siglo XX como
Edad de hombre, de Leiris, y
El dolor de Duras, entre muchas otras.
En las dos últimas décadas, los autores que posiblemente más han
transformado el género no-ficción podrían ser Joe Brainard con su ya
mítico
I remember, Alain de Botton con
Beso a ciegas, Sibylle Lacan con
Un padre, Édouard Levé con
Autorretrato, y Delphine de Vigan con
Nada se opone a la noche.
Hablamos de relatos muy diferentes pero que intentan excluir la ficción
en la medida de sus posibilidades, sin excluir la literatura.
En Francia parece claro el auge del género, y el éxito que ha tenido
Nada se opone a la noche
es buena prueba de ello. La novela se lo merece sin la menor duda.
Siguiendo una ley muy estricta del género (la escritura desnuda y
penetrante), Delphine de Vigan traza la historia de tres generaciones de
franceses, centrándose en la vida y obra de su madre artista, suicida y
loca. Capítulo a capítulo, vamos asistiendo al desmoronamiento de una
inteligencia y a su degradación, pasando por momentos de desvelamientos
inesperados, como la siniestra aparición de Lacan.
Nada se opone a la noche rezuma autenticidad y sólo se
observan ciertos ribetes de ficción novelesca cuando la narradora
reconstruye la infancia de su madre. La novela tiene además un doble
flujo testimonial, pues a la vez que nos adentramos en la vida de los
personajes la autora nos va informando de las vicisitudes de su
escritura, de los momentos en los que el verbo se detiene porque ha
tocado materia dura, y de sus relaciones ambivalentes con los
protagonistas del relato, buscando un doble efecto de transparencia que
atañe a la estética misma del libro pero también a su moralidad.
La narración comienza con la presentación del cadáver de la madre; a
partir de ese momento se inicia la autopsia física y espiritual de la
difunta: la descripción de su heroica lucha contra la noche, dejando a
veces flotar la sospecha antirromántica de que la locura es un obstáculo
para la creación y no un estímulo radiante, justamente porque la noche
negra del alma no admite oponentes que no muestren una oscuridad aún más
abismal y aplastante: por ejemplo la muerte.
La novela contiene aún otro elemento que redondea su campo semántico:
no nos habla de cualquier muerte, nos habla de la muerte de una artista
y de la descomposición de sus ficciones, nos habla de un alma exquisita
que acaba siendo una adicta a las series televisivas como Dallas, y que
con su suicidio parece querer decir lo mismo que Augusto al morir: “Se
acabó la ficción, aplaudid”.
Fuente:
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/08/29/actualidad/1346235300_947796.html