Berna González Harbour pinta en su novela negra ‘Verano en rojo’ la cara tenebrosa de la Iglesia
Verano en rojo (RBA) se condensa en esos días que Madrid
arde, los gorriones se esconden en cualquier sombra y la pesadez estival
solo se interrumpe si un equipo de fútbol que no pasa de octavos gana
el Mundial de 2010, o si en un parque de asfalto en ebullición, se
comete un crimen.
La primera novela negra de Berna González Harbour, subdirectora de EL PAÍS y colaboradora de la cadena SER, amalgama escenarios y personajes en un ejercicio cuasi periodístico, de crónica social, que secuestra la realidad más dura de la Iglesia Católica para atravesarla con la ficción propia del género. "La novela negra me ha servido para poner en práctica lo que hago en mi oficio: retratar la realidad social que nos rodea, como un género completamente distinto, a partir del lenguaje literario", explica la autora.
"Quería usar un tema que saliera en nuestras portadas, que abandonamos muchas veces, pero que detrás de ellos, ya sea en el silencio y el anonimato, quedan víctimas, sufrimiento, heridas…". González Harbour (Santander, 1965) se presenta a la entrevista con el traje de escritora, pero según avanza la conversación reconoce que durante el proceso de creación literaria le costó deshacerse de la pátina de periodista.
"Cuando empecé con el primer borrador comprobaba cada dato, luego me di cuenta, rápidamente, de que tenía que avanzar y avanzar en la historia porque la literatura me ha permitido un margen para la creatividad absoluto siempre que me ajustara a la verosimilitud de lo que estaba contando".
La periodista y escritora deposita así en el libro la confusión que muchas veces nubla a la Iglesia cuando identifica crimen con pecado tras la cortinilla del confesionario. Para descorrer el velo, la comisaria María Ruiz, "una mujer camino de los 40, muy eficiente, que no se exhibe, concentrada y entregada a su trabajo, sacrifica parte de su vida privada".
Este personaje —un tributo a una generación de mujeres que han conseguido llegar a los puestos de mando, aunque la mayoría de sus compañeros sigan siendo hombres— sirve de cimiento para una novela que se despliega en tramas que saltan de Madrid a Santander, pasando por Burgos; callejones sin salida en colegios católicos, campamentos de verano e imprentas abandonadas; y otras dos generaciones de personajes que se van entrelazando hasta cerrar una historia de sotanas.
A la comisaria Ruiz le recoge el guante Luna, un periodista veterano, contrapunto en la resolución del crimen. Es un reportero que no solo equilibra la balanza en su habilidad para escudriñar pesquisas de manera paralela, sino que su situación laboral cobra cierta relevancia por intermediación de la autora. "Es un tributo al periodista de fuentes, sin horarios, que pisa las cloacas y los despachos sin importarle con quién tiene que hablar. Capaz de moverse en todas las aguas", explica la escritora. "Un homenaje al verdadero periodista. Estamos en un momento muy difícil para la profesión y me parecía interesante desvelar esta nueva realidad".
Al tándem Ruiz-Luna se engancha una tercera generación: los adolescentes que "pueden tener 400 amigos en Facebook, pero están solos". Son estos jóvenes con su lenguaje y su forma de relacionarse 2.0 los que introducen el tercer tono a Verano rojo y convertirán a sus mayores en una suerte de héroes como los que se llevaron la copa de Sudáfrica. El Mundial de fútbol no solo hila cronológicamente la novela desde el segundo plano, sino que se convierte en metáfora: "Mis personajes, como estos jugadores de fútbol, empiezan siendo pequeños, complejos, con sus heridas, pero luchan por conseguir su objetivo, y a su manera, tendrán una victoria".
La primera novela negra de Berna González Harbour, subdirectora de EL PAÍS y colaboradora de la cadena SER, amalgama escenarios y personajes en un ejercicio cuasi periodístico, de crónica social, que secuestra la realidad más dura de la Iglesia Católica para atravesarla con la ficción propia del género. "La novela negra me ha servido para poner en práctica lo que hago en mi oficio: retratar la realidad social que nos rodea, como un género completamente distinto, a partir del lenguaje literario", explica la autora.
"Quería usar un tema que saliera en nuestras portadas, que abandonamos muchas veces, pero que detrás de ellos, ya sea en el silencio y el anonimato, quedan víctimas, sufrimiento, heridas…". González Harbour (Santander, 1965) se presenta a la entrevista con el traje de escritora, pero según avanza la conversación reconoce que durante el proceso de creación literaria le costó deshacerse de la pátina de periodista.
"Cuando empecé con el primer borrador comprobaba cada dato, luego me di cuenta, rápidamente, de que tenía que avanzar y avanzar en la historia porque la literatura me ha permitido un margen para la creatividad absoluto siempre que me ajustara a la verosimilitud de lo que estaba contando".
La periodista y escritora deposita así en el libro la confusión que muchas veces nubla a la Iglesia cuando identifica crimen con pecado tras la cortinilla del confesionario. Para descorrer el velo, la comisaria María Ruiz, "una mujer camino de los 40, muy eficiente, que no se exhibe, concentrada y entregada a su trabajo, sacrifica parte de su vida privada".
Este personaje —un tributo a una generación de mujeres que han conseguido llegar a los puestos de mando, aunque la mayoría de sus compañeros sigan siendo hombres— sirve de cimiento para una novela que se despliega en tramas que saltan de Madrid a Santander, pasando por Burgos; callejones sin salida en colegios católicos, campamentos de verano e imprentas abandonadas; y otras dos generaciones de personajes que se van entrelazando hasta cerrar una historia de sotanas.
A la comisaria Ruiz le recoge el guante Luna, un periodista veterano, contrapunto en la resolución del crimen. Es un reportero que no solo equilibra la balanza en su habilidad para escudriñar pesquisas de manera paralela, sino que su situación laboral cobra cierta relevancia por intermediación de la autora. "Es un tributo al periodista de fuentes, sin horarios, que pisa las cloacas y los despachos sin importarle con quién tiene que hablar. Capaz de moverse en todas las aguas", explica la escritora. "Un homenaje al verdadero periodista. Estamos en un momento muy difícil para la profesión y me parecía interesante desvelar esta nueva realidad".
Al tándem Ruiz-Luna se engancha una tercera generación: los adolescentes que "pueden tener 400 amigos en Facebook, pero están solos". Son estos jóvenes con su lenguaje y su forma de relacionarse 2.0 los que introducen el tercer tono a Verano rojo y convertirán a sus mayores en una suerte de héroes como los que se llevaron la copa de Sudáfrica. El Mundial de fútbol no solo hila cronológicamente la novela desde el segundo plano, sino que se convierte en metáfora: "Mis personajes, como estos jugadores de fútbol, empiezan siendo pequeños, complejos, con sus heridas, pero luchan por conseguir su objetivo, y a su manera, tendrán una victoria".
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